UNA LÍNEA FRÁGIL Y PELIGROSA

Por Rafael Nieto Loaiza

La salida de Sanabria de la Policía estaba cantada. Firmó su sentencia cuando desmintió la versión de Prada y Velásquez sobre los delitos de Los Pozos, sostuvo que no hubo cerco humanitario alguno y que el MinInterior introdujo esa expresión por el chantaje de esa milicia fariana que se hace llamar “guardia campesina”. Como dije a fines de marzo, a partir de ese momento tenía los días contados.

El nombramiento de William Salamanca generó polémica. Pero no es la primera vez que se llama a un oficial en retiro para que asuma la dirección de la institución. Ya había ocurrido en el 2002 con Teodoro Campo.

Como entonces, demuestra que no hay oficiales en activo con capacidad para asumir el mando y que era indispensable traer alguien desde el retiro. La purga de Petro recién asumió la Presidencia fue brutal. Barrieron con decenas de generales. Para tener una idea, no tuvieron más remedio que designar como subdirectora una brigadier general con apenas un año de antigüedad. Habrá quienes desde su ignorancia de la institucionalidad militar y policial crean que no es problema descabezar generales y que se reemplazan con facilidad por quienes vienen detrás. No es cierto. Las Fuerzas Armadas son instituciones piramidales por definición y cuentan con procesos mediante los cuales los oficiales van transitando una escalera cuidadosa que va de lo operativo a lo táctico y de ahí a lo estratégico, con años de formación en los cargos y de preparación para el mando y, con el traslado entre las distintas jurisdicciones, de conocimiento de la geografía y la idiosincrasia nacional. En fin, en esa purga se perdieron liderazgo, mando, conocimiento y experiencia irremplazables. Pasarán años para que la Policía vuelva a contar con un cuerpo de generales como el que decapitaron. 

Salamanca tiene todas las condiciones para liderar ese proceso de reconstrucción. Contrario a lo que dijeron muchos desde la oposición, a veces tan torpe y tan ciega, es un hombre institucional y un demócrata, no un comunista infiltrado. Es respetado dentro de la Policía y todos le reconoce su lucha contra la corrupción que, desafortunadamente, también se presentan entre los uniformados. Además, tiene carácter, como quedó demostrado en los hechos que dieron lugar a su salida. No se transó, aunque estaba en juego su futuro. Ahora que ya alcanzó el mayor honor posible en su carrera, ser general de cuatro estrellas y director de su institución, tendrá aún menos incentivos para callar.

De manera que Petro y Velásquez se equivocan si nombraron a Salamanca con el convencimiento de que sería un consueta o una marioneta. 

Ahora bien, el nuevo director de la Policía va a tener un desafío mayor que el que cualquiera de sus antecesores. Uno, porque tendrá que hacer la tarea sin contar con un grupo de generales preparado y con experiencia que lo apoyen. Deberá hacerlo llevando de la mano a los novatos que quedaron, algunos muy buenos pero novatos en todo caso. 

Dos, porque el deterioro en materia de seguridad es acelerado y palpable. De todos los problemas, el peor es el narcotráfico. Hay más narcocultivos que nunca en la historia y todos los grupos violentos, sin excepción, y algunos mafiosos extranjeros, están hasta el cuello en el negocio. Los ingresos de esos grupos son extraordinarios no solo por los volúmenes de coca que se producen sino porque son aún mayores por cuenta de la devaluación. De manera que están bien financiados y han mejorado su capacidad logística y de reclutamiento. Para rematar, el Gobierno no solo ha renunciado a combatir a los narcos sino que toma decisiones, una detrás de la otra, que los fortalece. Con esos grupos robustecidos, la dinámica del conflicto se agudiza y cada día son mayores los enfrentamientos por el control de territorios, rutas y laboratorios.  

Para rematar, tres, no contará con el apoyo del Gobierno para cumplir con sus funciones. De hecho, con frecuencia la Casa de Nariño y el MinDefensa serán un obstáculo con el que deberá lidiar. De entrada, no contará con apoyo aéreo. Y, a juzgar por la alucinante condecoración de Petro a los policías secuestrados en el Caguán, van a continuar las órdenes al más alto nivel para que los uniformados no se defiendan. 

En consecuencia, cuatro, tendrá que lidiar con un personal desmoralizado y con un fuerte incentivo para la parálisis, para no operar, y, como viene ocurriendo, para pedir el retiro voluntario aún sin cumplir requisitos para la pensión anticipada. Menos mandos, menos personal, menos experiencia y muchísimos desincentivos.

Quinto, la “paz total” es un galimatías, una chapucería inviable que salta de improvisación en improvisación y que ignora la experiencia y el conocimiento adquirido en décadas de negociaciones, y que, sin embargo, define toda la agenda de seguridad del Gobierno o, mejor, la ausencia de ella, y que marca los parámetros de actuación de la Fuerza Pública.

Y eso nos lleva al último punto: Salamanca deberá caminar en una línea frágil y peligrosa, siempre al borde del abismo, una en la que deberá lidiar con un Gobierno altamente ideologizado, radical y chambón y, al mismo tiempo, cumplir con sus obligaciones constitucionales y legales y hacerle sentir a la ciudadanía que tiene una Policía confiable y eficiente que protegerá su vida, integridad, libertades y bienes.