Sin transformaciones no habrá paz

Por:José Félix Lafaurie Rivera

@jflafaurie

Un anónimo maestro rural, en Labranzagrande, Boyacá, vereda Guayabal-Cueta, confinado en una escuela desvencijada y sin servicios, viviendo y durmiendo solitario en lo que también es salón de clase, el día que colapsó su contacto con la modernidad, un panel solar, decidió pedir ayuda y decir “Aquí estoy, también soy colombiano”, pensando más en sus cinco alumnos que en su bienestar, para que, en sus palabras, “en un futuro sean personas que le sirvan al país”.

Germán Yanquén personifica la grandeza de su profesión y la resiliencia de quienes habitan la “Colombia profunda”, no porque estén en los confines del país, pues menos de 100 kilómetros separan a Labranzagrande de Sogamoso, importante ciudad industrial, sino porque esa “profundidad” tiene que ver más con el abandono que con la distancia.

Con lo que le quedaba de señal, Germán llamó al programa social de La W y, con su historia, produjo la solidaridad que surge cuando le ponemos rostros a la pobreza. Apareció una planta solar y muchas cosas más, entre ellas una empresa que decidió levantar una nueva escuela, sin importar las dificultades ni el número de alumnos.

Aunque parezca relato decimonónico, se necesitaron cuatro meses y ¡1.200 viajes! a lomo de mula, apoyados por los vecinos y el Ejército, para transportar materiales por trochas que eran, quién lo creyera, mejores en la Colonia, cuando los jesuitas fundaron estos pueblos y construyeron caminos para transportar ganado entre Casanare y la capital, los mismos que soportaron el paso del ejército libertador, los que, desmejorados y peligrosos, transitan los alumnos de Germán.

Hoy Cueta tiene una hermosa escuela, pero su situación anterior es la de miles de escuelas rurales en todo el país, y la educación una de las muchas carencias del campo, abandonado a su suerte por el que, con acierto, Julio Sánchez calificó como “un aparato estatal lento e ingrato”.

Esta historia no termina ahí, sin embargo. El DANE publicó las cifras de crecimiento de 2022, con incremento del PIB del 7,5%; buena cifra, aunque el globo se desinfla al desentrañar la realidad sectorial, cuando menos para el sector agropecuario, el único con crecimiento negativo (-1,95%), y se desinfla aún más para la ganadería, la actividad de los padres de los estudiantes de Cueta, con cifras negativas en los cuatro trimestres de 2022, comparados con los de 2021, lo cual confirma las cifras de FEDEGÁN, de una caída del 5,2% en la producción de leche y del 5,8% en el sacrificio de ganado.

Estas cifras “frías”, traen detrás unas causas, generan consecuencias e imponen retos. Detrás sigue estando el abandono del Estado y de la sociedad, con destellos que iluminan la esperanza, como el que ya vimos. La ilegalidad y la violencia que imperan en la Colombia profunda, y con ellas la pobreza y más abandono, siguen siendo la consecuencia del abandono mismo.

No pude evitar referirme a la historia de Germán en la plenaria de la Mesa con el ELN, en México, para significar que el reto de las negociaciones es buscar caminos para articular recursos y voluntades que permitan introducir elementos transformadores de la realidad rural.

De lograrlo, avanzaremos en un Gran Acuerdo Nacional que, con transformaciones visibles, desarme a los violentos y devuelva la esperanza a los colombianos de esa otra Colombia, que tienen derecho a una vida digna.

Entretanto, Germán Yanquén, ese colombiano del común que logró hacer oír su voz en medio de sus limitaciones, debe ser inspiración para todos: Gobierno, sectores económicos y sociales y, también, para el ELN. Con su actitud y su ejemplo, la esperanza no será esquiva y la paz será posible.