Miguel Uribe Londoño, precandidato presidencial del Centro Democrático, enfrenta crecientes cuestionamientos tras revelarse su respaldo pasado a Gustavo Petro en la campaña a la Alcaldía de Bogotá, sus recientes vínculos con asesores venezolanos cercanos al chavismo como Lester Toledo y su oposición a los mecanismos internos del partido para elegir candidato. Mientras el expresidente Álvaro Uribe Vélez guarda silencio, sectores del uribismo denuncian que sus acciones buscan fracturar la unidad del partido.
En medio de una crisis interna que amenaza con despedazar al Centro Democrático, un nombre resurge como un fantasma incómodo: Miguel Uribe Londoño, reciente precandidato presidencial del partido uribista y figura que se ha convertido en el epicentro de una tormenta política que mezcla dolor personal, ambición partidaria y alianzas inconfesables.
Su tragedia familiar, el asesinato de su hijo Miguel Uribe Turbay le otorgó una aureola de víctima que lo catapultó a la primera línea de la política nacional. Pero detrás del velo del duelo, se esconde un actor político que, según múltiples fuentes dentro y fuera del partido, está desmantelando desde adentro los cimientos del uribismo, utilizando tácticas que van desde la manipulación de encuestas hasta la conspiración con figuras de dudosa reputación internacional.
El talón de Aquiles del uribismo: una alianza que nunca debería haber existido
La primera bomba estalló cuando el propio Gustavo Petro, en un trino reciente recordó públicamente el apoyo de Uribe Londoño en su campaña a la Alcaldía de Bogotá. Pero no fue un simple reconocimiento: Petro lo llamó “hermano Miguel”, lo definió como “progresista” y hasta mencionó su participación en temas como la ETB —una empresa municipal que siempre fue objeto de controversia para el uribismo.
¿Cómo puede alguien que se autoproclama uribista haber sido parte activa de la campaña de Petro? ¿Y cómo puede hoy pretender liderar el mismo partido que juró derrotar?
El trino de Petro no es un homenaje, es una sentencia política. Un recordatorio incómodo de que Miguel Uribe Londoño no solo no es uribista, sino que fue cómplice de la estrategia que llevó a Petro a la Alcaldía, y que ahora, con una nueva candidatura, busca repetir ese guion desde dentro del partido.
La imagen que lo delata: “no elegir a nadie apoyado por Uribe”
Pero la prueba más contundente viene del propio Miguel Uribe Londoño. En un tuit de octubre de 2011 publicado hace más de una década, escribió:
“Guía para combatir la corrupción: no elegir a nadie apoyado por Uribe.”
¿Quién es el autor de esa frase? El mismo hombre que hoy quiere ser candidato del Centro Democrático, el partido fundado por Álvaro Uribe Vélez. Esta contradicción no es un error de juventud. Es un acto deliberado de traición ideológica. Un hombre que en el pasado se burlaba de la estructura uribista ahora quiere ocupar su silla más alta. ¿Es posible que alguien así tenga legitimidad moral o política para liderar el movimiento que él mismo despreció?
Los asesores venezolanos: la mancha internacional
Peor aún, fuentes confiables indican que Uribe Londoño ha establecido vínculos estratégicos con asesores venezolanos de dudosa reputación, entre ellos Lester Toledo, figura cercana al régimen de Nicolás Maduro y conocido por sus campañas de desestabilización en América Latina.
¿Qué hace un precandidato uribista —supuestamente antichavista— rodeándose de consejeros vinculados al chavismo? ¿Es una estrategia de infiltración? ¿Una maniobra para dividir el partido desde adentro? ¿O simplemente una muestra de oportunismo sin límites?
La respuesta no importa tanto como el hecho, la presencia de Toledo en el entorno de Uribe Londoño es una bomba de relojería para el Centro Democrático. En un contexto donde la coalición uribista intenta posicionarse como defensora de la democracia y la libertad, esta alianza con figuras venezolanas es un suicidio político.
Implosión interna: derrocar los acuerdos del partido
Fuentes internas revelan que Uribe Londoño ha estado trabajando en la sombra para derribar los mecanismos de elección interna del partido, especialmente el sistema de encuestas que buscaba garantizar transparencia y equidad en la selección del candidato presidencial.
En lugar de aceptar las reglas, Uribe Londoño ha impulsado una agenda paralela, moviendo fichas en la sombra, presionando a líderes regionales y sembrando dudas sobre la legitimidad de cualquier proceso que no lo beneficie directamente. Esto no es competencia política. Es sabotaje institucional.
¿Qué piensa Álvaro Uribe Vélez?
Hasta el momento, el expresidente Álvaro Uribe Vélez ha guardado silencio. Pero el silencio no es indiferencia. Es una señal de que el conflicto es demasiado profundo, demasiado personal, para ser tratado con palabras públicas. ¿Acaso teme que la confrontación abierta acabe por destruir lo que queda del partido?
Lo cierto es que, si Uribe Vélez no toma cartas en el asunto pronto, el Centro Democrático podría enfrentar una escisión irreversible. Y Miguel Uribe Londoño, con su combinación de victimismo, traición y alianzas oscuras, podría convertirse en el instrumento perfecto para deshacer desde adentro lo que “el gran colombiano” ha construido.
¿Lobo o traidor?
Miguel Uribe Londoño no es un lobo vestido de oveja. Es algo peor, un traidor con cara de víctima. Utiliza su dolor personal como escudo, pero su conducta política revela un plan calculado para desmantelar el uribismo desde dentro, aliándose con sus enemigos históricos y desafiando los principios fundamentales del partido.
El Centro Democrático tiene una decisión urgente que tomar, ¿permitirá que un hombre que se declaró antiuribista, que apoyó a Petro y que ahora consulta con asesores venezolanos, lidere su proyecto político? ¿O se dará cuenta, antes de que sea demasiado tarde, de que la mayor amenaza para el uribismo no viene de afuera… sino de adentro?
¿Y usted, ciudadano? ¿Cree que Miguel Uribe Londoño merece liderar el Centro Democrático? ¿O es hora de que el partido se purgue de sus propios fantasmas?



