La participación: una cultura perdida

Por:José Félix Lafaurie Rivera

Nos despedimos de México dejando una agenda acotada para iniciar los temas sustantivos de las negociaciones con el ELN. Fue una etapa no exenta de debates a veces circulares, pero estamos allí, precisamente, para intentar “encontrarnos” y encontrar también salidas en lo “fundamental”; para buscar ese acuerdo Nacional que fue razón de vida para Álvaro Gómez y sigue siendo una urgencia nacional.

El primer punto de la agenda es “La Participación de la Sociedad en la Construcción de la Paz”, y entre más pienso y repienso el tema, entiendo que no es de poca monta y que, por el contrario, involucra la concepción misma de nuestra democracia.

En principio me pregunto: Si la verdadera paz, no la del cese de la violencia apenas, sino la del bienestar para todos es también responsabilidad de todos, ¿cómo alcanzarla en medio de la indiferencia ciudadana, de la ausencia de cultura de participación?

Perdimos esa cultura como resultado de décadas de violencia y de la degradación del talante moral del país por el narcotráfico y la corrupción política. Perdimos la cultura de participar, hasta en algo tan esencial como la paz, porque desconfiamos de los resultados de hacerlo. Perdimos la esperanza de la paz, porque ninguna de las generaciones vivas en Colombia la ha conocido siquiera.

Así pues, el problema no es, a mi juicio, de falta de mecanismos de participación, que los hay muchos en la Constitución del 91, hasta para el uso y el abuso en muchos casos. No temo equivocarme al afirmar que nuestra Carta es una de las más garantistas del mundo.

El problema es la ausencia de esa cultura de participación, reemplazada por la del “todo vale”, que tiende a limitar la democracia al ejercicio del sufragio —Yo voto y me desentiendo—, mecanismo de participación por excelencia, pero tan desprestigiado que hasta mercancía se ha vuelto, mediante el cual, sin embargo, le otorgamos poder a un tercero para que gobierne o legisle en nuestro nombre, porque en la democracia, “el gobierno del pueblo”, todos no podemos estar en la Casa de Nariño, ni en gobernaciones y alcaldías, ni en las corporaciones públicas.

Sin embargo, los elegidos con nuestros votos, con honrosas excepciones, ya sea por la presión de la financiación que debe ser pagada, o por la codicia de sus intereses, han perdido la concepción dignificante del quehacer político como servicio público, y ese “envilecimiento” de la política está en la base de la perdida de cultura participativa.

No por falta de instrumentos, insisto, sino de cultura de participación y de una clase política consecuente, nuestra democracia se convirtió en meramente representativa y distante, y está en riesgo de convertirse en tumultuaria, caótica y extorsiva a partir de la violencia, paradójicamente por cuenta del garantismo, que no cuestiono por excesivo, sino por manipulado y mal utilizado. Basta revisar los noticieros para constatar esta realidad.

El reto es pasar a una democracia más participativa, que no se agote en el sufragio, pero sin que esa mayor participación pretenda suplantar al Estado, porque entonces, ¿para qué elegimos gobernantes y legisladores?

“Ni mucho que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre”, decían las abuelas. No creo que se requieran más esquemas de participación. Creo que debemos recuperar la cultura perdida de “co…laborar”, que traduce trabajar juntos para el bien común, una causa en la que los ministerios de Educación y “Cultura” deberían ser uno solo, y la mesa de negociaciones un verdadero piloto de participación para concertar acciones transformadoras en las regiones.

Creo que la mayor expresión de ese bienestar común es la paz… de la que seguimos huérfanos.

@jflafaurie