Por: José Félix Lafaurie Rivera
La leche ha sido, en muchas culturas y religiones, símbolo de alimento por excelencia y de prosperidad; símbolo de vida. No en vano Yahvé le prometió a Moisés, como un destino de redención tras la esclavitud, como un verdadero renacer, que llevaría a su pueblo a “una tierra donde mana leche y miel” (Éxodo 3-17). ¿Qué hacer para que, en un país que quiere ser “potencia de vida”, a nadie se le niegue un alimento que es vida?
Colombia sobrepasó los 7.000 millones de litros de producción anual de leche, pero la industria formal no acopia siquiera el 50% y, adicionalmente, aunque el consumo promedio es de 155 litros persona/año, mientras un colombiano de estratos altos consume hasta 190 litros, uno de los sectores populares apenas alcanza los 37.
Tan inequitativa distribución está ligada a la pobreza. En 2022, el 33,6% de la población estaba por debajo de la línea de pobreza monetaria, es decir, tenía un ingreso mensual de hasta $396.864, mientras el 11% sufría pobreza extrema, con no más de $198.698. En el campo la situación es aún más crítica, con 45,9% de pobreza monetaria, ¡la mitad de la población!, una condición que, dicho sea de paso, cobija a los productores de leche, en su mayoría pequeños campesinos minifundistas.
Pero los porcentajes esconden la realidad, que se destapa cuando ese 33,6% se transforma en más de ¡18 millones! de pobres, y ese 11% en casi ¡7 millones! que, en 2022, vivían y, por supuesto, comían con $6.600 pesos diarios.
Así pues, el tema de la desnutrición no se limita a la niñez y la mortalidad infantil, pero aunque un solo niño muerto es una desgracia, y una enorme que murieran por esa causa 325 en 2022 y 246 en 2023, la desnutrición invisible, esa que no mata niños ni adultos, pero disminuye su humanidad a límites aberrantes, es un universo dantesco de 18 millones de humanos viviendo en condiciones “infrahumanas”, pues una persona que apenas llega a los $400.000 mensuales de la pobreza monetaria, si paga arriendo no come.
Por ello, en carta reciente a la ministra de Agricultura, al tiempo que le expuse las disfunciones de la cadena láctea, que afectan a los productores de leche y muy especialmente a lo que hacen parte de la pobreza rural, le planteé propuestas para romper esa inequidad estructural del consumo, propuestas que hemos presentado a todos los gobiernos, desde hace 20 años, siempre recibidas con “buenos ojos” pero con escasa voluntad política.
La primera es un fondo tripartito para que el presupuesto nacional, los recursos ganaderos y la industria, se unan, para que esta última ofrezca a los sectores populares leche pasteurizada -no ultra-, en empaque sin pretensiones y sin gastos de publicidad.
Otra propuesta posible es una reorientación de las compras públicas, con leche de producción nacional en la dieta diaria de la Fuerza Pública, en los jardines del ICBF y en la mezcla de la bienestarina; leche diaria y no jugos azucarados como elemento obligatorio para los contratistas del PAE, para que los niños reciban en la escuela lo que no reciben en sus casas.
Hay que hacer algo para que la leche deje de ser un costoso producto en hermosas cajas que cuestan más que lo que contienen; hay que hacer algo para que a más de 300 mil pequeños ganaderos, muchos de ellos dentro de las cifras de pobreza rural, no les paguen por un litro de leche en finca menos de lo que cuesta cualquier bebida azucarada.
Hay que hacer algo para convertir a Colombia en un país donde mane leche… para todos.