El país desde adentro: memorias, heridas y convicciones en Yo soy Cabal

María Fernanda Cabal reconstruye la trayectoria que la llevó de una infancia entre fincas del Valle y una vida empresarial en Bogotá a convertirse en una de las voces más visibles de la derecha. Su libro no busca solo revelar episodios desconocidos, sino explicar cómo esas experiencias moldearon su idea de autoridad, mérito, seguridad y libertad, principios que ahora proyecta como base de su propuesta presidencial. La presentación oficial del texto será el próximo 10 de diciembre.

La precampaña presidencial avanza en medio de un escenario fragmentado, donde las fuerzas tradicionales buscan reorganizarse y la oposición intenta traducir su presencia mediática en una propuesta sólida de poder. En ese reordenamiento, María Fernanda Cabal ocupa un lugar particular: combina trayectoria legislativa, disciplina de base y un discurso que no ha cedido terreno en los debates críticos sobre seguridad, institucionalidad y rumbo del Estado. Su nombre dejó de ser una carta del partido y se convirtió en un punto de referencia dentro de las conversaciones nacionales.

En estos años, Cabal no solo se posicionó por la frontalidad de sus intervenciones, sino por sostener un trabajo constante de control político que la ubicó como una de las voces más activas frente al Gobierno. Sus debates sobre la Fuerza Pública, su lectura del deterioro territorial y sus cuestionamientos a la dirección del Estado le dieron un rol central en la oposición. Mientras otras figuras fluctúan en el cálculo electoral, ella ha mantenido una línea clara, lo que la hace reconocible —y medible— para un electorado que exige coherencia y carácter.

La publicación de Yo soy Cabal ocurre en ese contexto. No es un libro de campaña, pero sí una pieza que ayuda a entender la arquitectura personal y política que sostiene su aspiración. Cabal parte de su biografía —la infancia en Cali, los vínculos con el campo, las pérdidas, el paso por el Atrato, la vida empresarial y las quiebras— para explicar cómo se formaron sus convicciones sobre autoridad, libertad, mérito y orden institucional. Su vida aparece narrada no como un adorno, sino como un marco que pretende explicar hacia dónde cree que debe ir el país.

Con el partido en proceso de definición interna y la derecha explorando fórmulas de convergencia, Cabal llega a esta etapa con una ventaja: tiene identidad política propia, un electorado consolidado y un relato coherente con su trayectoria. En un ambiente donde abundan las posiciones intercambiables, su oferta se presenta como una propuesta anclada en experiencia, carácter y una lectura crítica del momento nacional. Con ese telón de fondo, comienza esta conversación.

AGENCIA PERIODÍSTICA DE NOTICIAS (APN): ¿Por qué decidió escribir Yo soy Cabal y por qué ahora?

MARÍA FERNANDA CABAL (M.F.C.): Este libro nace de una propuesta que me hicieron hace casi un año y que, honestamente, me sorprendió. Yo estoy acostumbrada a que me vean como la senadora dura, la opositora sin pelos en la lengua, pero casi nadie conoce los detalles íntimos de mi vida, de mi infancia en Cali, de mis miedos, de mis quiebres personales. Entonces pensé: “Tomemos esta oportunidad para contar lo que nadie conoce”.

Escribir Yo soy Cabal fue un ejercicio de regresar en el tiempo: traer a presente la ciudad cívica de Cali, mi familia, las ferias, los abuelos, la niñera que me enseñó a bailar salsa, la relación con la tierra. Y también cómo, desde muy pequeña, me obsesionaba que el alcalde fuera bueno, que el presidente fuera bueno. El libro recoge ese recorrido: de la niña caleña que disfrutaba las ferias, a la mujer que entra al inframundo del conflicto colombiano, y termina en la dirigente que hoy muchos identifican en el Capitolio.

APN: ¿Qué papel juega su infancia en Cali en la manera como usted entiende hoy a Colombia?

M.F.C.: Mi infancia en Cali es el primer capítulo emocional del libro. Vengo de una familia muy marcada por la identidad regional: el Valle, la salsa, el aguardiente, la caña, el contacto natural con comunidades afro. Eso no es un dato folclórico, es la base de cómo miro el país. Mi niñera, Leida Marta Alegría, era de Puerto Tejada, negra, alegre, la que me enseñó a bailar salsa; mi papá, fundador del América de Cali, me llevaba al estadio mientras Leida era la única “del Cali” en una casa americana roja. Ahí aprendí a convivir con las diferencias con humor y cariño.

Mis abuelos me enseñaron el valor de la tierra: recoger algodón con los trabajadores, jugar escondidas entre los cuartos llenos de algodón, oler la panela en el trapiche, montar a caballo como salvajes. Uno de ellos decía: “El que vende tierra, come tierra”. Todo eso está narrado en el libro porque explica por qué hoy me duelen tanto los campesinos, los desplazados, los que pierden su finca. No es un discurso prestado: vengo de una familia que se hizo y se rehízo alrededor del campo y que supo lo que era volver a empezar.

APN: Usted habla de “nacer por segunda vez” a los 21 años. ¿Cómo la marcó ese episodio que cuenta en el libro?

M.F.C.: En el libro cuento con detalle ese episodio porque fue literalmente un segundo nacimiento. Yo era una persona sana, salvo la miopía heredada de mi papá. Una noche, estando de rumba con José Félix, empecé a sentir un dolor fuerte. Él, con el humor de siempre, pensó que “ya iba a dañar la fiesta”. Aguanté hasta el otro día y el dolor seguía. Un médico cercano a la familia pensó que era apendicitis. ¿Cuál apendicitis? Terminaron siendo siete horas de cirugía.

Descubrieron un tumor en el colon ascendente, me tuvieron que resecar alrededor de quince centímetros. En esa época, el noventa por ciento de los casos terminaba en muerte. Yo fui parte del diez por ciento que sobrevive, seguramente por la juventud y por las manos del doctor Efraín Bernal. Recuerdo despertarme deshecha, con náuseas, sin entender qué había pasado. En la Clínica del Country todos estaban pendientes, incluso de la posibilidad de una colostomía. Salí bien, pero marcada. Por eso digo que ese día nací por segunda vez. A partir de ahí uno entiende que la vida es prestada, que no hay tiempo para vivir disfrazada ni para tener miedo de decir lo que piensa.

APN: En el capítulo “Cuando mis hijos me vieron llorar” relata el asesinato de líderes afro que conoció en el Atrato. ¿Qué cambió en usted ese día?

M.F.C.: Ese capítulo es central porque muestra a la mujer detrás de la política. Yo lloro muy poco. Soy sensible, pero casi nunca lloro delante de otros. Y sin embargo, ese día mis hijos me vieron hecha pedazos. Todo comienza cuando conozco lo que llamo “el inframundo”: una reunión donde Plinio Apuleyo Mendoza presenta “La guerra que no se libra”, sobre ese entramado de ONGs de extrema izquierda que terminan lavándole la cara a grupos ilegales, atacando a la Fuerza Pública.

Allí conozco a Manuel Moya y a Graciano Blandón, líderes negros de Jiguamiandó y Curvaradó. Escucho sus historias, veo la manipulación, la pobreza, el desplazamiento, y me nace esa necesidad casi infantil de “salvar al mundo”. Viajo al Carmen del Darién, como el mejor pescado de mi vida en el río Truandó, los llevo hasta Costa Rica a denunciar lo que pasaba, siempre con mis propios recursos y con un cariño enorme por ellos.

Un día nos llaman a decirnos que están desaparecidos en Caño Manso. Habían pedido medidas provisionales ante la Corte Interamericana y, el día que se las niegan, los asesinan. Los mata las FARC. En los procesos aparece un miliciano condenado a 50 años, hoy paseándose en camionetas de la UNP, y el nombre de un personaje que hoy está en el Congreso. Esa mezcla de impunidad y cinismo me rompió el alma. Lloré sin parar, hablé con las viudas, acompañé a sus hijos, ayudé a que uno se graduara de abogado y otro de psicólogo. Ese día entendí que Colombia tiene una estela de muerte silenciosa que casi nadie cuenta, y que mi deber, dentro y fuera del libro, es no dejar que esa historia se pierda.

APN: En el libro también narra su transición de empresaria a política. ¿Qué le faltaba a esa “alma vacía” de la que habla?

M.F.C.: Hubo una época en la que tenía una empresa de viajes para jóvenes y, en términos fríos, me iba bien. El negocio funcionaba, había ingresos, todo marchaba. Pero yo sentía el alma vacía. Eso lo cuento en el libro tal cual: la empresa daba plata, pero a mí me faltaba conectar con la gente, sentir que estaba haciendo algo que trascendiera.

Y la vida te va mandando señales. Empezaron a llegar comunidades con problemas: indígenas de la OPIC que se habían rebelado al CRIC, comunidades negras del Atrato, líderes agobiados por el abandono estatal. Yo, con un grupo de amigos abogados, empecé a ayudar: derechos de petición, ropa, acompañamiento. No lo podía creer: un Estado que les daba la espalda a los más vulnerables. De esa etapa nace la decisión de pasar de la empresa a la política. Cuando finalmente conozco a Álvaro Uribe —que llega a mi vida a través de mi hermana, uribista desde Estados Unidos, y de José Félix— siento que esa necesidad de servir, de hacer algo por los demás, encuentra un cauce. El libro recoge ese tránsito: de la empresaria con el alma vacía a la mujer que asume la política como vocación de servicio.

APN:  Usted dedica un capítulo a la “Historia de una traición” y habla de Juan Manuel Santos. ¿Por qué era importante dejar eso escrito?

M.F.C.: Porque el libro no es un álbum de fotos bonitas, es una memoria honesta. Yo siempre he dicho que la lealtad es la virtud más escasa en la política. Y lo que pasó con Santos es el ejemplo perfecto de cómo alguien se hace elegir de la mano de otro —en este caso, Uribe— y luego le da la espalda a él y a su legado.

En Yo soy Cabal cuento cómo, por lealtad con Uribe, muchos apoyamos a Santos, y cómo ese apoyo derivó en algo que yo no puedo llamar de otra manera que traición. Si Santos quería buscar un acuerdo de paz, tenía derecho; lo que no tenía derecho era a hacerlo como lo hizo: a espaldas de su propio padrino político, rompiendo con la seguridad democrática y abriendo un camino que yo califico como un pacto de élites entre la élite cachaca y la élite de las FARC, que no son campesinos pobres sino multimillonarios con plata escondida. De ese pacto nace un acuerdo de La Habana que, en mi criterio, ha sido un fracaso porque no transformó la vida del campesino, pero sí fortaleció a muchos de los que hicieron parte del conflicto. Dejar eso por escrito es, para mí, una forma de ordenar la memoria y de decirle al país: así se rompen las confianzas, así no se hace política.

APN: A partir de todas esas historias, ¿qué diagnóstico hace del país que aparece retratado en el libro?

M.F.C.: El país que aparece en el libro es profundamente contrastado. Por un lado, está la Colombia de mi infancia: la feria de Cali, el trapiche, la finca, los primos montando a caballo, la niñera que enseña a bailar salsa, el abuelo que se toma fotos con las papayas que él mismo sembró. Es una Colombia cálida, grata, con una capacidad inmensa de alegría.

Por otro lado, está la Colombia del Atrato, de Tibú, del norte de Santander, del Guaviare, de las comunidades negras desplazadas, de guerrilleros que luego se volvieron paramilitares, de un Estado que muchas veces llegó tarde o no llegó. También la Colombia de las élites que pactan entre ellas y llaman a eso paz, mientras millones de venezolanos caminan por nuestras carreteras huyendo de una tiranía. Todo eso está en el libro porque es imposible entender a la dirigente que yo soy sin entender el país que he visto. Es un país de dolor muy grande, pero también de una resiliencia que a mí me conmueve y me compromete.

APN: Cuando un lector cierre Yo soy Cabal, ¿qué quiere que le quede resonando: la dirigente, la mujer, la posible candidata presidencial?

M.F.C.: Quiero que le quede la persona completa. La caleña que no se perdía la feria de Tuluá ni la de Buga, la niña que recogía algodón con su abuelo, la joven que casi muere en una cirugía y entendió que la vida es prestada, la mujer que lloró a los líderes negros del Atrato frente a sus hijos, la empresaria con el alma vacía que encontró en el servicio público su misión de vida.

Si después de leer el libro alguien entiende mejor por qué soy tan frontal, por qué hablo como hablo, por qué no me acomodo al poder, ya valió la pena. La política es una parte importante de mi historia, pero no es toda mi historia. Yo soy Cabal es, sobre todo, la historia de una mujer que se formó entre la salsa, el campo y el dolor de las víctimas, y que quiere poner esa experiencia al servicio de un país que, a pesar de todo, se merece vivir mejor.