En una carta dirigida al país, Iris Marín reflexiona sobre la desigualdad, la deuda con la naturaleza y la fractura emocional de la sociedad colombiana, e invita a transformar el miedo y la desconfianza en escucha, empatía y propósito común.
La defensora del Pueblo, Iris Marín, hizo un llamado a la reflexión colectiva y a la reconciliación nacional en una carta abierta a Colombia, escrita al cierre del año, en la que recoge las voces, dolores y esperanzas que encontró durante sus recorridos por distintas regiones del país.
Marín relató que, tras visitar capitales, municipios, veredas y comunidades, regresó en muchas ocasiones a Bogotá con sentimientos encontrados, al constatar la existencia de “Colombias separadas”, no solo por la geografía, sino por la falta de lazos que unan al país como nación.
En su reflexión, describió a la capital como una ciudad que, pese a ser refugio y hogar de miles de personas de todas las regiones, se percibe fría y distante frente a los territorios, cuyas voces no siempre logran llegar a las más altas esferas del poder.
La defensora señaló que lo escuchado en las regiones es reflejo de decisiones colectivas, deudas históricas y responsabilidades que el país no puede seguir postergando. En ese contexto, identificó tres grandes dimensiones que, a su juicio, deben ser motivo de reflexión nacional.
En primer lugar, advirtió sobre la persistencia de profundas desigualdades e injusticias estructurales que alimentan la violencia y la división social. Mencionó como ejemplos la violencia contra las mujeres, los crímenes motivados por prejuicios contra personas trans, el hambre en un país con capacidad de producir alimentos suficientes, la imposición de reglas por parte de grupos armados en territorios indígenas y el sufrimiento de la población en medio de debates cerrados sobre el sistema de salud.
Para Marín, estas realidades evidencian que no todas las personas cuentan con las mismas oportunidades ni con igual dignidad.
No obstante, afirmó que la desigualdad no es una condena inevitable, sino una elección colectiva que puede transformarse. Aunque reconoció avances en algunos indicadores de pobreza y desigualdad, sostuvo que la principal razón para la esperanza es la convicción de que el país puede elegir la igualdad y la justicia como camino común.
En segundo lugar, la defensora subrayó la deuda que Colombia mantiene con la naturaleza. Destacó la riqueza biodiversa del país, desde los mares y ríos hasta los páramos, selvas y desiertos, y llamó a convivir en armonía con el entorno natural.
En su mensaje, recordó que la humanidad es solo una especie más en un territorio que la antecede y que la sobrevivirá, por lo que respetar y cuidar la naturaleza constituye un mandato ético.
Marín también se refirió a la fractura emocional y política que atraviesa la sociedad colombiana, marcada por la desconfianza, el miedo y el aislamiento. Frente a ese panorama, invitó a elegir sentimientos como la fe, el amor, la empatía y la escucha, en lugar del egoísmo, el odio y la violencia. También llamó a respetar la protesta social, entenderla como una expresión de quienes se sienten excluidos, y a que la justicia actúe con imparcialidad y firmeza frente a la violencia.
La defensora concluyó su carta con un mensaje de esperanza, al señalar que el fin de año puede ser una oportunidad para unir sueños y propósitos en proyectos comunes.
Afirmó que factores como el racismo, la pobreza, la intolerancia, el machismo, la corrupción y los resentimientos no resueltos pueden transformarse en el punto de partida para la reconstrucción del país.
“No estamos tan divididos como creemos”, sostuvo, al invitar a imaginar y construir, juntos, un futuro común para Colombia.



