Por: Jesús Mora Díaz
La crítica podría considerarse como una expresión romántica o camuflada de la envidia, para otros podría ser simplificada como un resentimiento o cierto “tufito” que siente una persona sobre la humanidad de su semejante. Estas letras se escriben en los días de una sociedad efímera, donde aflora lo banal y poco dedicada a construir, elementos que se constituyen como los principales componentes para que germine la semilla de la diferencia.
Es necesario mencionar que no es del todo ley que la crítica sea un elemento negativo en los distintos escenarios de la sociedad moderna, pero sí es evidente, que las nuevas ágoras o plazas públicas (redes sociales) es donde se gestan los mayores debates, los cuales pueden llegar al orden mediático. Es la inmediatez de un clic y la gallardía de estar distante de la contraparte, las que alienta a muchos a criticar de manera insolente y despectiva, erosionando de gravedad la moral de aquel que recibe esos aires de maldad.
De la crítica constructiva que se habla en la academia por los lares de las redes sociales muy poco se ve, algunos señalan que está casi extinta, por allá prolifera la discusión sin bases, la ridiculez es la dueña y señora de esas tierras de la virtualidad, queriendo también extender sus dominios a la realidad.
La sociedad en general debe trabajar para abonar el terreno, permitiendo el crecimiento de la crítica constructiva, donde se desarrolle la argumentación, franqueza y sobre todo las diferencias puedan encontrar un punto de cohesión que permita la armonía entre los actores de la sociedad.