Aunque Washington sostiene que se trata de un esfuerzo de seguridad marítima, analistas advierten que su presencia en el Caribe y el Atlántico Sur tiene implicaciones geopolíticas que trascienden la interdicción de drogas.
El portaaviones nuclear USS Gerald R. Ford, acompañado por su grupo de ataque, se incorporó esta semana al área de operaciones del Comando Sur de Estados Unidos (SOUTHCOM), responsable de la seguridad en el hemisferio occidental. Desde el Pentágono explicaron que la misión busca “fortalecer la capacidad de detección y disuasión frente al tráfico marítimo ilícito”, en coordinación con países aliados de la región.
Sin embargo, la dimensión del despliegue ha despertado inquietudes políticas y diplomáticas en varios gobiernos latinoamericanos. El Gerald R. Ford, con más de 4.500 tripulantes y 75 aeronaves embarcadas, es el buque insignia de la flota estadounidense y está diseñado para operaciones de alta intensidad, no solo para patrullajes de interdicción.
Mientras el Departamento de Defensa insiste en que se trata de una “misión puramente defensiva”, observadores internacionales interpretan el movimiento como una demostración de poder naval en un contexto global marcado por la rivalidad con China y Rusia.
En Venezuela, el gobierno calificó la maniobra como una “provocación” y ordenó la movilización de unidades militares en el Caribe oriental. Otros países de la región han evitado pronunciamientos directos, aunque fuentes diplomáticas reconocen que el despliegue “modifica el equilibrio estratégico” en una zona donde el control marítimo ha sido históricamente sensible.
El arribo del Gerald R. Ford, capaz de operar misiones aéreas, logísticas y de inteligencia simultáneas, puntualizan algunos analistas internacionales, confirma el regreso del músculo militar estadounidense al Caribe, esta vez bajo el argumento de la cooperación antidrogas. No obstante, su sola presencia reaviva un debate antiguo sobre supremacía geopolítica.



