Por Rafael Nieto Loaiza
Nos salvamos por un pelito. Según el DANE, en el cuarto trimestre la economía creció un 0,3% en comparación con el mismo trimestre del 2022 y se mantuvo igual (0,04%) en relación con el tercer trimestre del 2023. Lo que nos salvó fue el sector de la «administración pública, defensa, educación y salud”. Sin ese aporte la cifra fue negativa. El sector privado decreció por tercer trimestre consecutivo (2T -0,2%; 3T -1,6% y 4T -0,5%) y está en recesión.
El consolidado anual es de 0,6%, el peor crecimiento anual con excepción del 2020 del Covid19, del 1999 de la crisis del UPAC, del 1943 en plena Segunda Guerra, y de la crisis mundial de los 30. La cifra está por debajo incluso de la estimación más negativa, el 0,9% de la CEPAL. Para rematar, excepto en la pandemia, jamás habíamos tenido una caída semejante. Veníamos de crecer 10,6% en 2021 y 7,3% en 2022.
El desplome tiene muchas variables negativas. Cayeron 13 de los 16 sectores monitoreados, algunos de manera drástica. En cuanto a las áreas más importantes, las ventas del comercio minorista disminuyeron 6,5% respecto del 2022, la mayor caída anual desde que se tiene registros comparables (2003); la producción industrial retrocedió 4,9%; las obras civiles 12%; la construcción un 4,2%; las ventas de vivienda se contrajeron un 44,9 % y en el segmento de VIS la caída fue del 49,7 %; y el grueso de la producción agroindustrial es negativo. La trilla de café retrocedió 6% anual, con menos exportaciones y precios internacionales decrecientes, los productos lácteos bajaron 9%, los derivados del cacao cayeron 20% y la elaboración de azúcar y panela 5%.
Por fortuna, los servicios se muestran resilentes, así como la coquización y la refinación de petróleo, a pesar de los ataques de Petro, el MinAmbiente y el ANLA, y la incompetencia de los ministros de Minas de este gobierno. La producción creció un 6%.
El sector de comercio internacional muestra resultados mixtos. Las importaciones decrecieron un 14,7% y las exportaciones apenas crecieron un 3,1%.
Con todo, lo más preocupante es la caída brutal de la inversión, un 24,8% menos que en 2022. En abierto retroceso desde el IV trimestre del 2022, la inversión es la más baja en casi cincuenta años, está un 17,8% por debajo de los niveles de pandemia y en el IV trimestre llegó apenas al 10,5% en relación con el PIB, la mitad del 21% de promedio histórico. Sin inversión no habrá crecimiento a mediano y largo plazo.
La estrategia de la izquierda ha sido centrar toda la culpa en las altas tasas de interés y en la junta del BanRepública. El Banco, que inició su ciclo alcista en octubre de 2021, ha empezado a bajar sus tasas y hace lo que puede, considerando que la inflación cerró en 9,3%, muy por encima de la meta del 3%. No sobra recordar, además, que el Gobierno es responsable al menos en parte de que la inflación no baje más, en particular por el aumentó en las tarifas de energía y en el precio de la gasolina que subió un 48% el año pasado.
Además, otros países comparables de la región, Brasil, Chile y México, aumentaron sus tasas de interés antes y a niveles más altos que nosotros y no han sufrido la caída de inversión nuestra. En Brasil y Chile apenas disminuyó un par de puntos y en México aumentó 24%.
De manera que hay que preguntarse los otros motivos por los cuales la inversión se desplomó, viniendo además de un par de años de gran fortaleza económica y unas tasas de crecimiento entre las más altas de la OCDE.
Aunque el grueso de los economistas prefiera evitar esta discusión, todo parece indicar de que una de las razones es la feroz reforma tributaria de fines del 2022, la más voluminosa de la historia. La tasa de tributación nominal de las empresas en Colombia es la más alta de la OCDE, 13,5 puntos por arriba del promedio y 5 puntos por encima del país que nos sigue, y es 10 puntos más alta que el promedio de América Latina y el Caribe. En fin, nuestra tasa efectiva es una de las diez más altas del mundo según el BID.
Pues bien, mientras que la economía apenas creció 0,6%, en 2023 el recaudo de impuestos aumentó un 22%. La tragedia salta a la vista. La Nación recibió 278,9 billones en impuestos, 50,5 billones más que en 2022 cuando, según la DIAN, recogió 228,3 billones. Cincuenta billones que salieron de los ciudadanos, del sector privado, para un gobierno que, para rematar, tuvo la peor ejecución del presupuesto de inversión en una década, apenas el 70,5%, y que administra muy mal, con serios problemas de corrupción, pobre gerencia, altísima improvisación e inestabilidad, muchos cargos en provisionalidad y bajísimos niveles técnicos y cambios constantes en los manuales de funciones para nombrar amigotes y activistas sin conocimiento ni experiencia.
Otro gran motivo es la incertidumbre. Petro y sus ministros han probado una y otra vez su odio al sector privado y a los empresarios (olvidan que el 98% de los empresarios son micro, pequeños y medianos y generan el 79% del empleo y el 40% del PIB). Los ataques en el discurso y en las superintendencias son sistemáticos. Sumados a las reformas que el gobierno quiere aprobar en el Congreso, indudablemente estatizantes y contra los privados, a la tensión política de los escándalos que acechan al gobierno y el enfrentamiento de Petro con la justicia, han creado un clima de desconfianza entre empresarios y ciudadanos que frenan tanto la inversión como el gasto de los hogares. Si a todo ello se suma la creciente violencia en los campos y la desastrosa seguridad en las ciudades…
O el Gobierno hace un giro radical y le apuesta a la inversión privada o el crecimiento seguirá siendo mísero. Y sin crecimiento suficiente solo habrá más desempleo y más pobreza.